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Residence on Earth Page 13


  yo lloro en su follaje y en sus muertos,

  acompañado de sastres caídos

  en medio del invierno deshonrado,

  yo subo escalas de humedad y sangre

  tanteando las paredes,

  y en la congoja del tiempo que llega

  sobre una piedra me arrodillo y lloro.

  Y hacia túneles acres me encamino

  vestido de metales transitorios,

  hacia bodegas solas, hacia sueños,

  hacia betunes verdes que palpitan,

  hacia herrerías desinteresadas,

  hacia sabores de lodo y garganta,

  hacia imperecederas mariposas.

  Entonces surgen los hombres del vino

  vestidos de morados cinturones

  y sombreros de abejas derrotadas,

  y traen copas llenas de ojos muertos,

  y terribles espadas de salmuera,

  y con roncas bocinas se saludan

  cantando cantos de intención nupcial.

  Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,

  y el ruido de mojadas monedas en la mesa,

  y el olor de zapatos y de uvas,

  y de vómitos verdes:

  me gusta el canto ciego de los hombres,

  y ese sonido de sal que golpea

  las paredes del alba moribunda.

  Hablo de cosas que existen. Dios me libre

  de inventar cosas cuando estoy cantando!

  Hablo de la saliva derramada en los muros,

  hablo de lentas medias de ramera,

  hablo del coro de los hombres del vino

  golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

  Estoy en medio de ese canto, en medio

  del invierno que rueda por las calles,

  estoy en medio de los bebedores,

  con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,

  o recordando en delirante luto,

  o durmiendo en cenizas derribado.

  Recordando noches, navíos, sementeras,

  amigos fallecidos, circunstancias,

  amargos hospitales y niñas entreabiertas:

  recordando un golpe de ola en cierta roca

  con un adorno de harina y espuma,

  y la vida que hace uno en ciertos países,

  en ciertas costas solas,

  un sonido de estrellas en las palmeras,

  un golpe del corazón en los vidrios,

  un tren que cruza oscuro de ruedas malditas

  y muchas cosas tristes de esta especie.

  A la humedad del vino, en las mañanas,

  en las paredes a menudo mordidas por los días de invierno

  que caen en bodegas sin duda solitarias,

  a esa virtud del vino llegan luchas,

  y cansados metales y sordas dentaduras,

  y hay un tumulto de objeciones rotas,

  hay un furioso llanto de botellas,

  y un crimen, como un látigo caído.

  El vino clava sus espinas negras,

  y sus erizos lúgubres pasea,

  entre puñales, entre mediasnoches,

  entre roncas gargantas arrastradas,

  entre cigarros y torcidos pelos,

  y como ola de mar su voz aumenta

  aullando llanto y manos de cadaver.

  Y entonces corre el vino perseguido

  y sus tenaces odres se destrozan

  contra las herraduras, y va el vino en silencio,

  y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde

  rostros, tripulaciones de silencio,

  y el vino huye por las carreteras,

  por las iglesias, entre los carbones,

  y se caen sus plumas de amaranto,

  y se disfraza de azufre su boca,

  y el vino ardiendo entre calles usadas

  buscando pozos, túneles, hormigas,

  bocas de tristes muertos,

  por donde ir al azul de la tierra

  en donde se confunden la lluvia y los ausentes.

  ORDINANCE OF WINE

  When to regions, when to sacrifices

  deep purple stains fall like rains,

  wine opens the doors amazed,

  and into the shelter of the months flies

  its body of soaked red wings.

  Its feet touch the walls and the tiles

  with the dampness of drowned tongues,

  and upon the edge of the naked day

  its bees go falling in drops.

  I know that wine does not flee shouting

  at the coming of winter,

  or hide in gloomy churches

  to seek fire in crumbled rags,

  rather it flies above the season,

  above the winter that has now arrived

  with a dagger between its hard eyebrows.

  I see vague dreams,

  I recognize far away,

  and I see in front of me, behind the windowpanes,

  meetings of unhappy clothes.

  They are not reached by the wine bullet,

  its effective poppy, its red ray

  die smothered in sad textures,

  and it spills along lone canals,

  along moist streets, along nameless rivers,

  the bitterly submerged wine,

  the blind and subterranean and solitary wine.

  I stand in its foam and its roots,

  I weep on its foliage and its dead,

  accompanied by tailors fallen

  in the midst of the dishonored winter,

  I climb ladders of moisture and blood

  groping along the walls,

  and in the anguish of the coming time

  I kneel upon a stone and weep.

  And toward acrid tunnels I make my way

  dressed in transitory metals,

  toward solitary wine vaults, toward dreams,

  toward green palpitating shoe polish,

  toward disinterested tools,

  toward tastes of mud and throat,

  toward imperishable butterflies.

  Then the wine men rise up

  wearing deep purple belts

  and hats of defeated bees,

  and they bring goblets filled with dead eyes,

  and terrible swords of brine,

  and with raucous horns they greet one another

  singing songs of nuptial intent.

  I like the raucous songs of the wine men,

  and the noise of wet coins on the table,

  and the smell of shoes and grapes,

  and of green vomit:

  I like the blind singing of the men,

  and that sound of salt striking the walls of the dying dawn.

  I speak of things that exist. Heaven forbid

  that I should invent things when I am singing!

  I speak of spit spilt upon the walls,

  I speak of slow whore stockings,

  I speak of the chorus of the wine men

  striking the coffin with a bird bone.

  I am in the midst of that singing, in the midst

  of the winter that rolls through the streets,

  I am in the midst of the drinkers,

  with my eyes opened toward forgotten places,

  either remembering in delirious mourning,

  or sleeping tumbled into the ashes.

  Remembering nights, ships, seed times,

  departed friends, circumstances,

  bitter hospitals and girls ajar:

  remembering a wave slapping a certain rock

  with an adornment of flour and foam,

  and the life that one leads in certain countries,

  on certain solitary coasts,

  a sound of stars in the palm trees,

  a heartbeat on the windowpanes,

  a train crossing darkly on cursed wheels

  and many sad things of this sort.

  To the moisture of the wine, in the mornings,

  on the walls often bitten by the winter days

  that fall in wine cellars no doubt solitar
y,

  to that virtue of the wine come struggles,

  and tired metals and deaf dentures,

  and there is a tumult of broken objections,

  there is a furious weeping of bottles,

  and a crime, like a fallen whip.

  The wine digs in its black thorns,

  and it walks its lugubrious hedgehogs,

  amid daggers, amid midnights,

  amid hoarse, bedraggled throats,

  amid cigars and twisted hair,

  and like a sea wave it swells its voice

  howling tears and corpse hands.

  And then flows the persecuted wine

  and its tenacious wine bags are smashed

  against the horseshoes, and the wine goes in silence,

  and its casks, in wounded ships where the air bites

  faces, crews of silence,

  and the wine flees along highways,

  past churches, among the coals,

  and its amaranthine feathers fall,

  and its mouth is disguised in brimstone,

  and the wine burning among worn-out streets

  seeking wells, tunnels, ants,

  mouths of sad dead men,

  through which to reach the blue of the land

  in which are mingled rain and absent ones.

  V

  ODA A FEDERICO GARCÍA LORCA

  Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,

  si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,

  lo haría por tu voz de naranjo enlutado

  y por tu poesía que sale dando gritos.

  Porque por ti pintan de azul los hospitales

  y crecen las escuelas y los barrios marítimos,

  y se pueblan de plumas los ángeles heridos,

  y se cubren de escamas los pescados nupciales,

  y van volando al cielo los erizos:

  por ti las sastrerías con sus negras membranas

  se llenan de cucharas y de sangre,

  y tragan cintas rojas, y se matan a besos,

  y se visten de bianco.

  Cuando vuelas vestido de durazno,

  cuando ties con risa de arroz huracanado,

  cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,

  la garganta y los dedos,

  me moriría por lo dulce que eres,

  me moriría por los lagos rojos

  en donde en medio del otoño vives

  con un corcel caído y un dios ensangrentado,

  me moriría por los cementerios

  que como cenicientos ríos pasan

  con agua y tumbas,

  de noche, entre campanas ahogadas:

  ríos espesos como dormitorios

  de soldados enfermos, que de súbito crecen

  hacia la muerte en ríos con números de mármol

  y coronas podridas, y aceites funerales:

  me moriría por verte de noche

  mirar pasar las cruces anegadas,

  de pie y llorando,

  porque ante el río de la muerte lloras

  abandonadamente, heridamente,

  lloras llorando, con los ojos llenos

  de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

  Si pudiera de noche, perdidamente solo,

  acumular olvido y sombra y humo

  sobre ferrocarriles y vapores,

  con un embudo negro,

  mordiendo las cenizas,

  lo haría por el árbol en que creces,

  por los nidos de aguas doradas que reúnes,

  y por la enredadera que te cubre los huesos

  comunicándote el secreto de la noche.

  Ciudades con olor a cebolla mojada

  esperan que tú pases cantando roncamente,

  y silenciosos barcos de esperma te persiguen,

  y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,

  y además caracoles y semanas,

  mástiles enrollados y cerezos

  definitivamente circulan cuando asoman

  tu pálida cabeza de quince ojos

  y tu boca de sangre sumergida.

  Si pudiera llenar de hollín las alcaldías

  y, sollozando, derribar relojes,

  sería para ver cuándo a tu casa

  llega el verano con los labios rotos,

  llegan muchas personas de traje agonizante,

  llegan regiones de triste esplendor,

  llegan arados muertos y amapolas,

  llegan enterradores y jinetes,

  llegan planetas y mapas con sangre,

  llegan buzos cubiertos de ceniza,

  llegan enmascarados arrastrando doncellas

  atravesadas por grandes cuchillos,

  llegan raíces, venas, hospitales,

  manantiales, hormigas,

  llega la noche con la cama en donde

  muere entre las arañas un húsar solitario,

  llega una rosa de odio y alfileres,

  llega una embarcación amarillenta,

  llega un día de viento con un niño,

  llego yo con Oliverio, Norah,

  Vicente Aleixandre, Delia,

  Maruca, Malva Marina, Maria Luisa y Larco,

  la Rubia, Rafael Ugarte,

  Cotapos, Rafael Alberti,

  Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,

  Molinari,

  Rosales, Concha Méndez,

  y otros que se me olvidan.

  Ven a que te corone, joven de la salud

  y de la mariposa, joven puro

  como un negro relámpago perpetuamente libre,

  y conversando entre nosotros,

  ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,

  hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:

  para qué sirven los versos si no es para el rocío?

  Para qué sirven los versos si no es para esa noche

  en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,

  para ese crepúsculo, para ese rincón roto

  donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

  Sobre todo de noche,

  de noche hay muchas estrellas,

  todas dentro de un río

  como una cinta junto a las ventanas

  de las casas llenas de pobres gentes.

  Alguien se les ha muerto, tal vez

  han perdido sus colocaciones en las oficinas,

  en los hospitales, en los ascensores,

  en las minas,

  sufren los seres tercamente heridos

  y hay propósito y llanto en todas partes:

  mientras las estrellas corren dentro de un río interminable

  hay .mucho llanto en las ventanas,

  los umbrales están gastados por el llanto,

  las alcobas están mojadas por el llanto

  que llega en forma de ola a morder las alfombras.

  Federico,

  tú ves el mundo, las calles,

  el vinagre,

  las despedidas en las estaciones

  cuando el humo levanta sus ruedas decisivas

  hacia donde no hay nada sino algunas

  separaciones, piedras, vías férreas.

  Hay tantas gentes haciendo preguntas

  por todas partes.

  Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el

  desanimado,

  y el miserable, el árbol de las uñas,

  el bandolero con la envidia a cuestas.

  Así es la vida, Federico, aquí tienes

  las cosas que te puede ofrecer mi amistad

  de melancólico varón varonil.

  Ya sabes por ti mismo muchas cosas,

  y otras irás sabiendo lentamente.

  V

  ODE TO FEDERICO GARCÍA LORCA*

  If I could weep with fear in a solitary house,

  if I could take out my eyes and eat them,

  I would do it for your black-draped orange-tree voice

  and for your poetry that comes forth shouting.

  Because for you they paint hospitals bright blue,

  and schools and
sailors’ quarters grow,

  and wounded angels are covered with feathers,

  and nuptial fish are covered with scales,

  and hedgehogs go flying to the sky:

  for you tailorshops with their black skins

  fill up with spoons and blood,

  and swallow red ribbons and kiss each other to death,

  and dress in white.

  When you fly dressed as a peach tree,

  when you laugh with a laugh of hurricaned rice,

  when to sing you shake arteries and teeth,

  throat and fingers,

  I could die for how sweet you are,

  I could die for the red lakes

  where in the midst of autumn you live

  with a fallen steed and a bloodied god,

  I could die for the cemeteries

  that pass like ash-gray rivers

  with water and tombs,

  at night, among drowned bells:

  rivers as thick as wards

  of sick soldiers, that suddenly grow

  toward death in rivers with marble numbers

  and rotted crowns, and funeral oils:

  I could die to see you at night

  watching the sunken crosses go by,

  standing and weeping,

  because before death’s river you weep

  forlornly, woundedly,

  you weep weeping, your eyes filled

  with tears, with tears, with tears.

  If at night, wildly alone, I could

  gather oblivion and shadow and smoke

  above railroads and steamships,

  with a black funnel,

  biting the ashes,

  I would do it for the tree in which you grow,

  for the nests of golden waters that you gather,

  and for the vine that covers your bones,

  revealing to you the secret of the night.

  Cities with a smell of wet onions

  wait for you to pass singing raucously,

  and silent sperm boats pursue you,

  and green swallows nest in your hair,

  and also snails and weeks,

  furled masts and cherry trees

  definitively walk about when they glimpse

  your pale fifteen-eyed head

  and your mouth of submerged blood.

  If I could fill town halls with soot